El Vampirich.
Ahí estaba él, al fondo de la pulquería con la cabeza
metida en un enorme vaso de… ¿agua? Llamaba la atención ahí echado, pálido y
cenizo como muerto.
Me contó doña Perla, dueña de la pulquería
“La Botijona” viene aquí cada tarde ya a
punto de cerrar y pide un vaso de agua no más; dicen que es un vampiro
perseguido, pero yo siempre lo veo ¡ahogado en un vaso de agua!. De pronto el
tal Vampirich de un salto llegó directo a la puerta y salió como una ráfaga de
viento, salí corriendo detrás suyo, me intrigaba mucho, iba dando tumbos,
volaba y caía cual hoja corriente hasta que lo vi caer en aquel callejón. Me
acerque y él me miró con esos fieros ojos rojos, al instante se colgó del techo
y desapareció. Durante varios días, nadie supo nada de él, pero una noche ya
tarde, pasaba la media noche y me disponía al fin a descansar, cuando vi una
sombra pasear por fuera de mi ventana, cosa rara pues yo vivo en lo alto de un
edificio, me asomé y no vi nada, al poco rato escuche que llamaban a la puerta,
atendí y no había nadie afuera; cuando me volví para cerrar, ahí estaba, blanco
como estatua de mármol, el Vampirich.
Me propuso contarme la historia de su
desgracia, yo con los ojos como platos acepté.
Me dijo: Todo comenzó el día que probé el
delicioso y repugnante sabor a muerte que tiene la sangre, me fascinó y lo odié
al mismo tiempo; nunca me gustó la idea de cazar humanos, como fiera salvaje
que caza a su presa. M e dispuse a cambiar el menú, comencé bebiendo vino tinto
para engañar un poco la vista, pero me resultó asqueroso a eso siguieron jugos,
refrescos y demás chatarras, pero eso sólo me enfermaba más. Hasta que vi ese
líquido cristalino, inoloro, insaboro, que sació, mi insaciable sed… Desde
entonces vivo y sobrevivo de éste tan vital líquido, por lo que mis congéneres
me han declarado la guerra y encarnan esa persecución incansable hacia mí. Me
han seguido por décadas y por mil y un lugares. Sólo en “La Botijona” he podido
reposar, pero sé que pronto darán con mi paradero.
Su historia me conmovió y le propuse que se
quedará conmigo, él aceptó. Nos volvimos buenos amigos.
Un día sin imaginarlo cuando volví a casa, lo
miré ahí tumbado, sin vida, con tres heridas de las que emanaba simple agua.
Sufrí mucho, ¡Mi amigo, lo han encontrado!
Tiempo después, extrañamente tope con uno de
ellos, me pareció extraño, sólo se presentó ante mí, simple. Pensé que moriría
en el acto al ser cómplice del traidor, más aquel singular personaje saco de su
bolsillo una botellita de agua y bebió hasta la última gota. Me sonrió
sarcásticamente y desapareció; vaya ironía, mi querido amigo, Vampirich ¡Un
tributo a tu agonía!