Mi encuentro con él, con Karla y
conmigo.
Jugueteábamos en las templada
aguas ese día, los más viejos decían que no debíamos estar tan cerca
del arrecife de coral, que había peligros, que los hombre venían en
sus máquinas de dolor
a capturar a todo aquel que se le
durmiera el gallo; pero era tan cristalina y suave la
marea, había tanta luz, cálida luz...
Habíamos estado correteando
por ahí debajo del sol durante tanto tiempo que ni nos dimos cuenta
cuando todo empezó, una sombra inmensa cayó sobre nosotros, de
pronto una red, otra red, nos vimos emboscados, empezaba una tormenta, los
hombres empezaron a alzar sus anclas, redes y todos sus demás instrumentos de
tortura rápidamente, tratamos de huir también ante aquella amenaza. La
lluvia empezó a golpear la enorme piscina azul de nuestro
mar, fortísimos ruidos, rayos que envolvían con una
luz tenebrosa las aguas; el pobre barco "Karla"
se movía bruscamente mientras que, torpes los marineros
trataban de huir hacía la bahía. Como si fuera una pizca de arena, se
meneaba golpeando nuestros adorados, coloridos corales, destruyendo el hogar de
muchos... destruyendo muchas especies a su paso. Los
hombres salían nadando y gritaban -¡Auxilio, hombre al agua!-
-¡Auxilio!- pero ni toda su tecnología contaminante pudo salvarlos. Uno de
ellos, el último en abandonar la embarcación, golpeo su cabeza contra
un mástil que había caído minutos antes, cayo inconsciente
hacia el fondo del mar; el hombre traía una medalla, un saco y un gorro
imponente, era corpulento y barbudo. De pronto, justo cuando me acerque
a husmear un poco el monstruo ese abrió sus
horribles ojos peludos ¡A que susto! me miro con perplejidad y en ese momento
los dos nos quedamos fríos. Me dio pena el pobre, pensé en lo
feo que se siente estar sin aire, pues una de tantas veces que salí a vaga una
ola enorme me arrojo fuera del agua, sentía quemarme vivo, afortunadamente un
hombre me vio y me regreso al agua; lo único que pudo
pensar mi diminuto cerebrillo fue en mostrarle un camino hacía la superficie,
el mar seguía como alma que lleva el diablo, pero yo era un
aventurero, así que debía cumplir mi deber. Me siguió entre lo que
quedaba de los esponjosos corales, sintiendo esas cosquillitas de la espuma que
forman las olas, mis compañeros miraban atónitos mi osadía, más yo me
sentía el héroe; lo guié hasta la Isla donde pudo llegar a la
playa y tomar de nuevo una bocanada de aire; al llegar parecía desconcertado
por mis acciones pero aun así muy agradecido, me tomo entre sus manos
resbalosas y me sonrió...
Ahí fue donde lo recordé,
esa sonrisa, esos horribles dientes, era él, otra vez, era él y yo...
Volvió a depositarme en el
agua. Estando ahí, corrí de vuelta con mis amigos y más tarde pudimos ver
que arrastraban los restos de esa nave hacia la superficie totalmente
destruida. Sólo entre los corales quedó un pedazo de lámina que decía
"Karla". Desde entonces he vuelto a esa playa, donde aquel hombre
volvió a nacer y ese hombre ha vuelto a esa playa donde un pececillo lo vio volver
a la vida. Regresamos cada tanto a mirar un ocaso... Un ocaso que nos recuerda
aquel día en que nació nuestra extraña amistad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario