domingo, 17 de marzo de 2013

La última.


La última.

Salí a dar mi rondín por el barrio, como de costumbre; disfrutaba de los sucios tejados, las grises nubes haciendo figuras borrosas, la luna con su blanquecina luz haciendo obscuras sombras y el viento soplándome, fresco, húmedo, despejante.

Iba volando de aquí para allá, de allá para acá, entonces, percibí aquel aroma dulce, tentador, como flores de primavera, era exquisito. Seguí el rastro que mi fino olfato lograba percibir, llegue a una pequeña ventana en el ático de una casa con techo a dos aguas, con rojo tejado y puertas de madera, vi que aquella ventana tenía apenas una rendija abierta, por donde se filtraba el delicioso olor y se hacía cada vez más cálido, palpitante y dulce. Logre entrar, ahí estaba ella, joven, de piel delicada y perfecta, blanca, tersa, con labios que los mismos pétalos de una rosa envidiaría y rizados cabellos cobrizos. Tenía puesto un camisón satinado blanco que la hacía ver más pura que una virgen plasmada en un cuadro. El increíble aroma me excitaba, me enloquecía; no lo podía evitar. Me acerque olí, la recorrí, la admire, la desee y por fin, me pose sobre su delicado, delgado, aromático cuello y….  ¡Pas! …. Morí en sus virginales, hermosas y deseadas manos.

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