La última.
Salí a dar mi
rondín por el barrio, como de costumbre; disfrutaba de los sucios tejados, las
grises nubes haciendo figuras borrosas, la luna con su blanquecina luz haciendo
obscuras sombras y el viento soplándome, fresco, húmedo, despejante.
Iba volando de
aquí para allá, de allá para acá, entonces, percibí aquel aroma dulce,
tentador, como flores de primavera, era exquisito. Seguí el rastro que mi fino
olfato lograba percibir, llegue a una pequeña ventana en el ático de una casa
con techo a dos aguas, con rojo tejado y puertas de madera, vi que aquella
ventana tenía apenas una rendija abierta, por donde se filtraba el delicioso
olor y se hacía cada vez más cálido, palpitante y dulce. Logre entrar, ahí
estaba ella, joven, de piel delicada y perfecta, blanca, tersa, con labios que
los mismos pétalos de una rosa envidiaría y rizados cabellos cobrizos. Tenía
puesto un camisón satinado blanco que la hacía ver más pura que una virgen
plasmada en un cuadro. El increíble aroma me excitaba, me enloquecía; no lo
podía evitar. Me acerque olí, la recorrí, la admire, la desee y por fin, me
pose sobre su delicado, delgado, aromático cuello y…. ¡Pas! …. Morí en sus virginales, hermosas y
deseadas manos.
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